Recordar que los zapatos se pegan a la planta de los pies y
que es difícil sacarlos y que hay que tirar mucho es meter el brazo muy abajo
en el pozo. Hay que hundir bastante la mano, atravesar el fango y toda esa
materia viscosa hasta llegar ahí. Por eso el libro invita a leerlo de una pero
es imposible. Está el fango y están los hachazos y la luz. No puedes pasar de
capítulo sin parar antes a respirar. Y a veces respirar cuesta días. Hay miradas de ida y vuelta que atraviesan
fácilmente cuarenta años en una frase. Por eso hay que parar. El libro se llama
“Cuando yo tenía cinco años, me maté” y es exactamente como el chubasquero
amarillo que lleva el niño de la portada. Es de Howard Buten. Es delicioso si
no fuera porque duele.
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